Reseña del making of

 

Wes Anderson dice que cuando crea un mundo para una película busca lograr traerlo a la vida, crear algo que se sostenga por si solo. En esta producción, la elección del hotel iba a ser crucial para este cometido. Para encontrar el lugar ideal, seleccionó ideas que le atraían visualmente y empezó junto con su equipo la ardua tarea de encontrar un hotel antiguo que cumpliese todos esos ideales y que además estuviese disponible para su uso. A pesar de que tanto viajar por centro Europa sirvió para recopilar inspiración de la vida real que luego pudiesen adaptar a la ficción, no encontraron ese escenario perfecto que buscaban. Pero en la búsqueda, se toparon con un antiguo centro comercial que se adaptaba a las condiciones y que luego de iluminarlo, vestirlo y amueblarlo, consiguieron aquel interior perfecto que el director tenía visualizado en su cabeza. El equipo de diseño sabía que la ambientación y decoración debía estar a la altura de la ficción: impecable, sofisticado y prolijo. Asimismo, trabajó el equipo de vestuario, creando los atuendos de cada uno de los extras con suma dedicación, pensando en ellos como personajes reales de la aristocracia europea. Esta dedicación fue lo que logró traer este hotel ficticio a la realidad, como algo palpable. Para la película se diseñaron todo tipo de documentos: pasaportes, diarios, dinero e incluso una bandera para este país imaginario, todo impecablemente reproducido a escala real con el propósito de poder darle a este mundo ficticio una solidez que lo hiciese sentir auténtico. Y efectivamente lo logra, pues, aunque es un espacio y un tiempo inventado, la película consigue capturar y conservar aquella refinación y sofisticación de una época extinta. Así Wes Anderson, al igual que M. Gustave en la película, nos enseña que los detalles lo son todo.